50 años de la medalla de oro de Dacal en Argel

El púgil logró en septiembre de 1975 su segundo título en unos Juegos del Mediterráneo ante el local Siad-Ahmed

El inolvidable José Enrique Rodríguez Cal 'Dacal II' cosechaba hace medio siglo uno de sus títulos más preciados de su carrera deportiva. El 5 de septiembre de 1975, el afamado púgil nacido en Candás y asentado desde bien niño en Avilés, lograba su segunda medalla de oro en unos Juegos del Mediterráneo, que ese año se había disputado en la localidad africana de Argel.

Dacal II había llegado a estos juegos con la vitola de su medalla de bronce olímpica en Munich 1972, y la experiencia previa de haber logrado otro oro en los Juegos del Mediterráneo en Esmirna 1971, pero con el hándicap del alto nivel que se iba a encontrar entre los participantes, en especial los anfitriones argelinos. Y precisamente se impuso a uno de ellos en la final de los pesos mini mosca, Siad-Ahmed, en el combate final que tuvo lugar en la sala Harcha, ante ocho mil quinientos espectadores que apoyaban al unísono a su boxeador, con la presión que ello suponía.

El asturiano hizo valer su experiencia –con más de cien combates celebrados hasta la fecha– para superar las adversidades. De hecho, el primer asalto se lo apuntó el contrincante argelino, que llevó a Dacal a la lona al minuto y cuarenta segundos, como consecuencia del puñetazo que recibió en el hígado que obligó a recibir la cuenta de protección del árbitro.

En el segundo asalto, Dacal le devolvió los golpes recibidos previamente, que le llevaron a apuntarse a su favor el envite y dejarlo todo para los tres últimos. El respeto entre ambos eran palpable y hubo muchos golpes al aire que obligaron al árbitro a advertir a ambos contendientes sobre su actitud. Sin embargo, en los dos últimos, la superioridad de Rodríguez Cal fue considerable, unido a los errores técnicos cometidos por el argelino.

El árbitro principal fue el egipcio Ferghali y los cinco jueces procedían de Italia, Yugoslavia, Grecia, Marruecos y Siria, quienes concedieron el triunfo a Dacal, en una decisión que fue protestada por el público local, deseosos de ver el éxito de su competidor.

Ya en los vestuarios el púgil asturiano recibió la visita del delegado español en esos juegos, Juan Antonio Samaranch, que presenció el combate desde el palco. Quiso agradecerle el esfuerzo realizado al que fue el único púgil español que alcanzó la final en las categorías en las que hubo representación nacional.

Oro en Esmirna

Cuatro años antes, el 13 de octubre de 1971, Dacal se había adjudicado su primer oro en unos Juegos del Mediterráneo, que se celebraron, ese año, en la localidad turca de Esmirna. En esta ocasión fue el egipcio Said Ahmed quien sufría los envites del púgil español. Un éxito que serviría de fuente de inspiración para el resto de éxitos futuros que iba a tener. Había llegado a esta competición con la vitola de ser campeón de España de su categoría y siete internacionalidades que la convirtieron en un fijo en el equipo nacional.

En la entrevista posterior al título de Esmirna, Dacal II se definía como «un boxeador que reúne nada más que un poquito de todo. Soy algo esgrimista, domino el juego de contra y, a la vez, soy acometedor, pego con precisión y en el ring me encuentro como pez en el agua. Creo que mi estilo gusta y doy emoción por todo lo alto».

No quiso olvidar la realidad de su vida diaria, la laboral, en una muestra de la humildad de la que siempre hizo gala el bueno de Dacal II: «Trabajo en la construcción. Soy encofrador y mi vida se rige por el tañido metálico de una campana. Cuando toca la campana comienza mi jornada de trabajo; preparo puntales, tableros o fondos de vigas. Vuelve a sonar la campana y dejo el serrote y el martillo para comer. Por la tarde ocurre igual. En las sala de boxeo, la campana me reclama para acudir al centro del ring e ir tomando posiciones; a los tres minutos vuelve a sonar. Ha terminado el asalto … Y así siempre».

El doble oro conseguido por Dacal II en los Juegos del Mediterráneo y la medalla de bronce de los juegos olímpicos de Munich fueron siempre un orgullo –al igual que todo su extenso historial– para este ilustre vecino de la villa del Adelantado que ya nos dejó físicamente, pero su llama humana y ejemplo deportivo siempre será un ejemplo a seguir para generaciones presentes y futuras.

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