Muchos antitaurófilos protestan porque mueren más toros que toreros, lo que también se las trae, y aseguran que al toro no se le concede ninguna oportunidad y que, además, el animal no sale al ruedo voluntariamente. Totalmente de acuerdo: el toro es el menos interesado en saltar al ruedo. Pero este argumento no es válido en el caso del boxeo, donde los dos púgiles suben al «ring» voluntariamente y de acuerdo con sus intereses personales: por afición deportiva, por ganar dinero, etcétera. Naturalmente que muchos boxeadores quedan «sonados», pero la disminución física es el riesgo que asume cualquier persona que se dedica a practicar cualquier deporte. ¿Es que una vuelta ciclista no afecta al organismo del corredor, y cuántos futbolistas, esquiadores, etcétera, no padecieron y padecen lesiones irreversibles?
Por lo demás, tanto los toros como el boxeo son dos actividades, artística la una, deportiva la otra, que dieron lugar a una excelente literatura y a otras obras no menos estimables (pictóricas, escultóricas, cinematográficas, etcétera). Decía Andrés Amorós que la literatura española se quedaría coja si se prescindiera de los muchos libros, artículos, ensayos, poemas, novelas, etcétera, etcétera, que se escribieron sobre los toros, y casi siempre favorablemente: pues contra un enemigo enconado de la «fiesta nacional» como lo fue Eugenio Noel tenemos el entusiasmo taurino de Ramón del Valle-Inclán, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Sebastián Miranda, etcétera.
El boxeo también inspiró grandes obras literarias y nada digamos de las cinematográficas: relatos de Jack London o Ernest Hemingway (que también escribió abundantemente sobre los toros, como se sabe), etcétera. En España tenemos cuentos de Ignacio Aldecoa, y, para citar a un asturiano, que además protesta, y con razón, de que no se le cita, a Eduardo Alonso, autor de «Chuso Tornos», la historia de un boxeador que nunca llegó a nada.Por lo demás, tanto los toros como el boxeo son dos actividades, artística la una, deportiva la otra, que dieron lugar a una excelente literatura y a otras obras no menos estimables (pictóricas, escultóricas, cinematográficas, etcétera). Decía Andrés Amorós que la literatura española se quedaría coja si se prescindiera de los muchos libros, artículos, ensayos, poemas, novelas, etcétera, etcétera, que se escribieron sobre los toros, y casi siempre favorablemente: pues contra un enemigo enconado de la «fiesta nacional» como lo fue Eugenio Noel tenemos el entusiasmo taurino de Ramón del Valle-Inclán, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Sebastián Miranda, etcétera.
Por lo demás, del mismo modo que en Asturias hubo toreros aunque muchos lo ignoren, también hubo boxeadores, y algunos de categoría. Claudio Villar, el «mozarrón de Peñamellera», según le denomina Juan José Vázquez, hizo una buen carrera como peso pesado en la década de los treinta, lo mismo que Andrés Castaño, que, según parece, era de Llanes, aunque no puedo confirmarlo, y que llegó a vencer en México a Harry Wills, el eterno retador de Jack Dempsey.
El gijonés Escandón también boxeó en México como peso pesado, y entre otros boxeadores en los años anteriores a la guerra civil se cuentan mi pariente «Schmeling», de Cué (llamado así por la admiración que le tenía al gran campeón alemán) y Tomás Vázquez Azpiri, de Oviedo, padre del novelista Héctor Vázquez Azpiri, que, veraneando en Celorio, fue raptado por Bernabé Ruenes Santoveña, lo que le dio asunto para la novela «Víbora», y para buena parte de su libro «Los bandoleros asturianos». Curiosamente, el gran boxeador asturiano José Ramón Gómez Fouz escribió un libro dedicado a la figura de Bernabé. ¿Casualidad? Tal vez, pero no deja de ser curioso que Bernabé, que seguramente no asistió a un combate de boxeo en su vida, haya merecido la atención de personas tan vinculadas a este deporte.
La Nueva España - 5 de octubre de 1989
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