Daniel Roig | Combativo, buen encajador, trabajador, algo solitario, valiente dentro y fuera del ring. Algunos de los adjetivos se los puso él y otros se los adjudicaron los hechos. José Ramón Gómez Fouz, ovetense de Buenavista y uno de los mitos del boxeo asturiano, fue según los expertos uno de los mejores boxeadores españoles de los años setenta.
Fouz nació en 1952 en el Oviedo en el que se iba a uno de los muchos cines, al Tartiere o al boxeo en la plaza de Toros, que quedaba muy cerca de su casa. Su padre era funcionario de policía y vivían en el cuartel de Buenavista, así que el boxeo le quedaba a tiro de piedra. Con 14 años y sin decirlo en casa empezó a pelear. El famoso combate de Luis Folledo y Nino Benvenuti (ganó el italiano por KO en Roma, 1965) fue el detonante: Folledo cobró una fortuna entonces y eso dio que pensar al jovencísimo Ramón que se podía ganar dinero en un ring. Así fue.
Tenía amigos del barrio, buenos amigos que aún recuerda, pero era, ha dicho en alguna ocasión, un solitario y por eso eligió un deporte de solitarios. De los españoles tenía muchos modelos a seguir: Galiana, José Legrá, Pedro Carrasco. De los internacionales, Cassius Clay (después Muhammed Ali) era el más grande.
Ese chaval de barrio llegó a ser, pese a que compatibilizaba el boxeo con el trabajo en una empresa de aceros, campeón de Europa de pesos superligeros en 1975, la culminación de una larga carrera como profesional que duró casi dos décadas. Venció a Walter Blaser en Suiza y revalidó el título en el mismo año en Barcelona al vencer por puntos a Romano Fanali.
Fueron 87 combates, algunos de ellos «muy duros», como él mismo reconoce, y solo perdió cinco. Fue campeón de España de los superligeros y wélter, y se retiró tras un durísimo combate en 1984. «No estaba preparado, ni física ni psicológicamente, para ganar. Estaba deshecho. Pero era mucho dinero: cinco millones de pesetas», lo que en esa época era una pequeña fortuna, según declaró años más tarde.
Sin dejar su trabajo, Gómez Fouz cobró buenas bolsas antes de que el boxeo empezara su declive: en 1975 percibió casi un millón de pesetas libres por el campeonato de Europa y el dinero que se movía en el deporte del ring en esa época era muy considerable. También hizo buenos amigos como Eugenio Prieto, que entonces también era boxeador y con el que entrenó mucho aunque no combatió por la obvia diferencia de peso.
Tras retirarse, se dedicó a dirigir una empresa de aceros especiales y también reveló su faceta de escritor, que centra sobre todo en episodios posteriores a la Guerra Civil en Asturias. Uno de ellos, Clandestinos, destapó a un Fernández Villa vinculado a la delación de compañeros y otros trabajos sucios. Su trabajo de investigación nunca fue desmentido ni denunciado, aunque sí recibió amenazas y presiones personales. No se inmutó. También publicó Bernabé (el mito de un bandolero) y La Brigadilla, así como algún cuento sobre boxeo (Honor y Muerte) y trabajó durante años como comentarista de Canal+. Pero el boxeo, aquel que vivió su auge en los sesenta y los setenta, ya le queda muy lejos.
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